Para la mayoría de las personas en todo el mundo, nuestro primer encuentro serio con la literatura proviene de la escuela. La lectura y la escritura se nos ha inculcado a todos desde pequeños y esto se pone en marcha con el inicio de los exámenes. Ser capaz de empatizar con un grupo de personajes escritos en una página es categórico y, desde la perspectiva del estudiante, una habilidad necesaria. Además, la capacidad de percibir temas y mensajes nos abre a otra forma de pensar. La literatura se convierte en un recipiente. Los 130 millones de libros que se han publicado en todo el mundo son guías para el lector y generan un puente para que aprenda algo nuevo. La historia no es solo una puerta al pasado, también sugiere nuestro presente y futuro. Dentro de cada período de tiempo se encuentran diferentes personas y dentro de ellas, diferentes etapas de nuestra cultura en constante crecimiento. Cada individuo antes era producto de su propio tiempo. Como especie evolucionamos todos los días y sin esa marca de tiempo que nos da la literatura, no sabríamos nada del pasado. La literatura permite a una persona retroceder en el tiempo y aprender sobre…
Dice que mi madre que desde niño tuve mucha imaginación, sobre todo cuando liaba alguna trastada, y llegaba el momento de dar una explicación; entonces inventaba las historias más descabelladas con tal de librarme del castigo, y algunas eran tan fantásticas que finalmente acababa por salir del lío, ya que todos los adultos terminaban desternillándose de risa sin decidirse a ponerme un castigo ejemplar. Así, entre descaros e historias, he llegado a la edad adulta yo también, pero la verdad es que estas dos características no las he abandonado. Todavía me gusta ir por ahí contando las mil y una ocurrencias que se me pasan por la mente, plasmarlas en cualquier hoja de papel que me encuentre, o teclear en mi ordenador las palabras que dan forma a mis historias. Por eso, hoy empiezo este blog, para no tener que ir desperdigando a esas hijas de mi inspiración por ahí, ya que temo que algún día esos pedacitos de obras me cobren factura, y acaben en manos extrañas que no sepan valorarlas. Me declaro un escritor frustrado, pero no porque no sea capaz de plasmar todas las historias que pasan por mi cabeza, sino porque nunca consigo darles un final….