Ya me dijo mi madre una vez que le preocupaba el gusto morboso que tenía por inventar historias escabrosas, y eso que la pobre no sabía ni de la misa la mitad. Estoy seguro de que si le comentara lo que se me ha ocurrido mientras veía los anuncios de la visita a los belenes municipales, pensaría que necesito un exorcismo, o directamente una excomunión; casi estoy seguro de que renegaría de mí como hijo, jejejeje. Pero no me digáis que no tiene su lógica lo que os voy a contar. Desde pequeño, estoy acostumbrado a que mi madre colocara el belén navideño en casa en un sitio de honor, pero curiosamente ese lugar siempre era un rincón oscuro, sólo iluminado por algunas velas y por las guirnaldas de luces que colocaba alrededor. De día, la luz entraba y el ambiente era tan normal; pero en cuanto anochecía y la iluminación se hacía patente, aquello se llenaba de una atmósfera tétrica que a cualquiera con menos espíritu que yo podría haberle dado un poco de yuyu. De hecho, algunos de mis amigos tenían un poco de pánico a aquel rincón, aunque cuando crecimos nos lo tomábamos a risa y nos…